Debilidad que me produce
el mirar una rosa. Ser esencialmente frágil.
Cada pétalo de ella me
recuerda tus labios carnosos y sedientos de amor.
Aún recuerdo la primera
noche que como amantes deseosos, como lobos hambrientos,
Nos refugiamos en esa expresión
sin sentido, tan solo la corporeidad nos llamaba.
Aun no te amaba, aun no te
miraba a través del espejo del alma. Solo era carne.
Solo era ese sentimiento
de lujuriosos anhelos contenidos. La presa con su cazador.
Yo te arrebate de los
brazos de Morfeo y te hice mía, las mil y unas noches se quedaron
En esbozo cortas ante tu
desnudes y fragilidad.
Luego la rosa comenzó a
romperse, habían pasad doce lunas de copos de nieve,
Que se diluyeron frente a mí,
como se consume el rocío frente a los rallos de sol.
Así yo te perdí al alba.
Te fugaste con la risa matinal
de los niños que azarosos correteaban en la plaza.
El derretirte de mis
entrañas se hizo presente…
Primero comenzó como un
pequeño piquete en el corazón,
Luego se volvió mortal y
era difícil de ocultar.
El agujero que dejaste en
mi alma era inllevable, insaciable.
Intente rellenarlo con
otras tangas y otros corsés.
Pero no tal osadía y
afrenta pudo cubrir tu aroma sobre mi piel.
Así que poco a poco deje
de intentar llenar ese vacío que dejaste en mis entrañas.
Luego mi alma comenzó a
chillar por las noches, te veía en el reflejo de mi espejo al verme,
Cuando me peinaba para ir
al trabajo.
Luego te veía en el café,
en la cajera del supermercado, en cada pierna larga que cruzaba por mis
Ojos. Pero tú, jamás
volviste a mi nido…
Y a hora, ya no creo que vuelvas jamás.
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